En los últimos dos años, una solicitud simple pero desconcertante ha precedido la mayoría de mis encuentros con profesionales médicos: “Califique su dolor en una escala del cero al 10”.

Me formé como médica y he hecho esta misma pregunta a los pacientes miles de veces, así que pienso mucho en cómo cuantificar la suma de caderas doloridas, muslos punzantes y el dolor adormecedor cerca de mi omóplato izquierdo. Hago una pausa y luego, generalmente de manera arbitraria, elijo un número. “¿Tres o cuatro?”, aventuro, sabiendo que la respuesta real es larga, complicada e imposible de medir de esta manera unidimensional.

El dolor es algo escurridizo. A veces es ardiente, a veces perforante, a veces oprime profundo en los músculos. El mío puede depender de mi estado de ánimo o de cuánto le preste atención, y puede “desaparecer” casi por completo si estoy concentrada en una película o tarea.

El dolor también puede ser lo suficientemente incapacitante como para cancelar vacaciones, o tan abrumador que vuelve a las personas adictas a los opioides. Incluso el dolor de 10+ puede ser soportable cuando se tolera por una buena razón, como dar a luz.

Pero, ¿cuál es el propósito de los dolores que tengo ahora, efectos persistentes de una lesión en la cabeza?

El concepto de reducir estos matices del dolor a un solo número data de la década de 1970. Pero hoy en día la escala del cero a 10 parece vetusta debido a lo que se llamó una “revolución del dolor” en los años 90, cuando la nueva forma de abordar el dolor —principalmente con opioides— se presentó como un progreso.

Los médicos de hoy tienen una comprensión más completa del tratamiento del dolor, así como de las terribles consecuencias de recetar opioides con liviandad. Lo que están aprendiendo ahora es cómo medir mejor el dolor y tratar sus muchas formas.

Hace unos 30 años, los médicos que defendían el uso de opioides dieron nueva vida a lo que había sido hasta el momento una especialidad marginal: la gestión del dolor. Comenzaron a promover la idea de que el dolor debería medirse en cada cita como un “quinto signo vital”. La Sociedad Americana del Dolor llegó a registrar la frase. Pero a diferencia de los otros signos vitales —presión arterial, temperatura, frecuencia cardíaca y frecuencia respiratoria— el dolor no tenía una escala objetiva.

¿Cómo medir lo inmensurable?

La sociedad alentó a los médicos y enfermeras a usar el sistema de calificación de cero a 10. Alrededor de esa época, la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) aprobó OxyContin, un analgésico opioide de liberación lenta fabricado por Purdue Pharma.

El propio fabricante de medicamentos instó a los médicos a registrar y tratar el dolor de manera rutinaria, y promovió agresivamente los opioides como una solución obvia. Para ser justos, en una época en la que el dolor a menudo se ignoraba o se trataba de manera insuficiente, el sistema de calificación de cero a 10 podría considerarse un avance.

Las bombas de morfina no estaban disponibles para aquellos pacientes con cáncer que vi en los años 80, incluso aquellos con un dolor agonizante por cáncer en los huesos; los médicos consideraban el dolor como una parte inevitable de la enfermedad. En la sala de emergencias donde trabajé a principios de los 90, recetar incluso unas pocas píldoras de opioides era un inconveniente: requería pedirle a la enfermera jefe que desbloqueara un recetario especial y hacer una copia para la agencia estatal que rastreaba los patrones de prescripción.

Los reguladores (con razón) se preocupaban de que repartir narcóticos llevara a la adicción. Como resultado, algunos pacientes necesitados de alivio probablemente se quedaron sin él.

Después que los médicos del dolor y los fabricantes de opioides hicieran campaña para un uso más amplio de estas drogas — alegando que las formas más nuevas no eran adictivas, o mucho menos que las formulaciones anteriores — recetar los medicamentos se volvió mucho más fácil y se promovieron para todo tipo de dolor, ya sea una artritis de rodilla o problemas de espalda.

Como joven médica que se unía a la “revolución del dolor”, probablemente les pregunté a los pacientes miles de veces que calificaran su dolor en una escala de cero a 10 y escribí muchas recetas cada semana para medicamentos para el dolor, ya que monitorear “el quinto signo vital” se volvió rápidamente rutinario en el sistema médico.

Con el tiempo, la medición del dolor de cero a 10 se convirtió en caja necesaria para llenar en los registros médicos electrónicos. La Commission on the Accreditation of Healthcare Organizations hizo que evaluar el dolor regularmente fuera un requisito previo para que los centros médicos recibieran dólares federales de atención médica.

Los grupos médicos agregaron el tratamiento del dolor a su lista de derechos de los pacientes, y la satisfacción con el tratamiento del dolor se convirtió en un componente de las encuestas de pacientes posteriores a la cita médica. (Una mala calificación podría significar un menor reembolso por parte de algunos aseguradoras).

Pero este enfoque para la gestión del dolor tenía claros inconvenientes. Estudios revelaban que medir el dolor de los pacientes no resultaba en un mejor control del dolor. Los médicos mostraban poco interés en, o no sabían cómo responder a la respuesta registrada. Y que los pacientes estuvieran satisfechos con discutir su dolor con el médico no significaba necesariamente que recibieran un tratamiento adecuado.

Al mismo tiempo, los medicamentos estaban alimentando la creciente epidemia de opioides. La investigación mostró que se estimaba que entre el 3% y el 19% de las personas que recibían una receta de medicamentos para el dolor desarrollaban una adicción.

Sin embargo, los médicos que querían tratar el dolor tenían pocas otras opciones. “Teníamos un buen sentido de que estos medicamentos no eran la única forma de manejar el dolor”, me dijo Linda Porter, directora de la Oficina de Políticas y Planificación del Dolor de los Institutos Nacionales de Salud. “Pero no teníamos una buena comprensión de la complejidad o las alternativas”.

El entusiasmo por los narcóticos dejó muchas variedades de dolor sin explorar y sin tratar durante años.

Solo en 2018, un año en que casi 50,000 estadounidenses murieron por una sobredosis, el Congreso comenzó a financiar un programa —la Red de Investigación Clínica de la Fase Temprana del Dolor, o EPPIC-Net— diseñado para explorar tipos de dolor y encontrar mejores soluciones. La red conecta especialistas en 12 centros clínicos académicos especializados y está destinada a iniciar nuevas investigaciones en este campo y encontrar soluciones a medida para diferentes tipos de dolor.

Una escala de cero a 10 puede tener sentido en ciertas situaciones, como cuando una enfermera la usa para ajustar la dosis de medicación para un paciente hospitalizado después de una cirugía o un accidente. Y los investigadores y especialistas en dolor han intentado crear mejores herramientas de calificación — docenas, de hecho, ninguna de las cuales fue adecuada para capturar la complejidad del dolor, concluyó un panel de expertos europeos.

Por ejemplo, la Administración de Salud de Veteranos creó una que tenía preguntas adicionales e indicaciones visuales: una calificación de 5 se correlacionaba con un ceño fruncido y un nivel de dolor que “interrumpe algunas actividades”. La encuesta tardaba mucho más y producía resultados que no eran mejores que el sistema de cero a 10.

Para la década de 2010, muchas organizaciones médicas, incluida la Asociación Médica Estadounidense y la Academia Estadounidense de Médicos de Familia, estaban rechazando no solo la escala de cero a 10, sino toda la noción de que un paciente podía informar su dolor de manera numérica y significativa.

En los años en que los opioides habían dominado los remedios para el dolor, algunos medicamentos — como la gabapentina y la pregabalina para la neuropatía, y los parches y cremas de lidocaína para los dolores musculoesqueléticos — estaban disponibles.

“Había una creciente conciencia de la increíble complejidad del dolor, y de que tendrías que encontrar los medicamentos adecuados para los pacientes adecuados”, me dijo Rebecca Hommer, directora interina de EPPIC-Net.

Los investigadores ahora están buscando biomarcadores asociados con diferentes tipos de dolor para que los estudios de medicamentos puedan usar medidas más objetivas para evaluar sus efectos. Una mejor comprensión de las vías neurales y los neurotransmisores que crean diferentes tipos de dolor también podría ayudar a los investigadores a diseñar medicamentos para interrumpirlos y domesticarlos.

Es poco probable que cualquier tratamiento que surja de esta investigación sea un éxito de taquilla como los opioides; por diseño, serán útiles para menos personas. Eso también los hace prospectos menos atractivos para las compañías farmacéuticas.

Así que EPPIC-Net está ayudando a pequeños laboratorios, académicos e incluso a médicos individuales a diseñar y realizar ensayos en etapa temprana para probar la seguridad y eficacia de moléculas prometedoras para aliviar el dolor.

Esa información se entregará a las farmacéuticas para ensayos en etapa tardía, todo con el objetivo de obtener nuevos medicamentos aprobados por la FDA más rápidamente. Los primeros ensayos de EPPIC-Net están comenzando. Encontrar mejores tratamientos no será una tarea fácil, porque el sistema nervioso es un universo en gran parte inexplorado de moléculas, células y conexiones eléctricas.

El Premio Nobel de Fisiología o Medicina 2021 fue para los científicos que descubrieron los mecanismos que nos permiten sentir las sensaciones más básicas: el frío y el calor. En comparación, el dolor es una hidra, un monstruo de muchas cabezas. Un simple número puede parecer definitivo. Pero no ayuda a nadie a que el dolor desaparezca.