This post was originally published on this site
COSTA MESA, California – Kennedy Stonum, estudiante de secundaria, ignoró las repetidas súplicas de su padre para que se vacunara contra covid-19.
“Le enviaba artículos. Le enviaba estudios. Le enviaba cualquier cosa que yo pensaba que podría asustarla lo suficiente sobre covid para que se vacunara, o al menos disipar sus dudas sobre la vacuna”, dijo Lee Stonum, de 41 años, defensor público en el condado de Orange, California. Su madre, que vive en Cleveland, también envió correos electrónicos a su nieta pidiéndole que se vacunara.
“Se las arreglaba para evadir el tema”, contó Stonum sobre su única hija. “Siempre decía: ‘Está bien, lo pensaré’. Nunca era un ‘no’ rotundo”.
Tyler Gilreath, de 20 años, resistió los constantes regaños y presiones de su madre, Tamra Demello, para que se vacunara contra covid.
“Era uno de esos niños que debía cometer sus propios errores, porque pensaba que sabía lo que era mejor para él”, dijo Demello, de 60 años, de Apex, Carolina del Norte. “Cuanto más se mueven los labios de una madre, menos escuchan sus hijos varones”.
Ambos jóvenes murieron recientemente de covid: Kennedy el 11 de febrero y Tyler el pasado septiembre. Las vacunas habían estado disponibles para ellos meses antes de sus muertes.
Los padres de adolescentes y jóvenes están familiarizados con esta tensión. Los hijos, que pronto se convertirán en adultos, se resisten a escuchar la opinión de sus padres y creen que solo ellos saben lo que es correcto. Se informan sobre covid a través de sus amigos y de las redes sociales, como Instagram y TikTok, que no siempre son las fuentes más fiables.
Los padres suelen tener suficiente influencia para obligar a sus hijos a vacunarse, pero no siempre.
“Quítales el celular. En menos de tres horas estarán haciendo fila en la clínica”, comentó Lee Stonum. Pero eso no era una opción para él porque Kennedy vivía principalmente con su madre, la ex esposa de Stonum, en otra parte del condado de Orange.
Las muertes por covid entre los jóvenes son poco comunes, pero Kennedy Stonum y Tyler Gilreath no son los únicos. Una adolescente de 15 años no vacunada de Pensacola, Florida, murió en septiembre, al igual que un estudiante y jugador de fútbol americano de 16 años no vacunado de Mississippi.
Las tasas de vacunación siguen siendo bajas entre los jóvenes: poco más del 57% de los adolescentes de 12 a 17 años y el 62% de los jóvenes de 18 a 24 años están completamente vacunados, en comparación con el 69% de toda la población de Estados Unidos que puede vacunarse.
Esto se debe en parte a un sentimiento juvenil de ser invencibles, amplificado porque la enfermedad es mucho menos mortal entre los jóvenes que entre los de más edad.
Los niños y adolescentes representan el 22% de la población estadounidense, pero se calcula que representan el 3% de las hospitalizaciones relacionadas con covid y menos del 0,1% de las muertes por covid. Del casi millón de personas que han muerto por la enfermedad en los Estados Unidos, la gran mayoría tenía 65 años o más.
Según expertos, la resistencia de los adolescentes a las vacunas también se ha visto reforzada por un flujo de publicaciones en las redes sociales, recomendaciones confusas y cambiantes de los funcionarios de salud pública, y cierto escepticismo juvenil hacia la autoridad.
Kennedy “pasaba mucho tiempo en TikTok y en las redes sociales, y creo que por ahí recibía alguna información errónea”, dijo Lee Stonum, sentado en el patio trasero de su casa en un día cálido y soleado a finales de febrero.
Kennedy también escuchó de sus compañeros que las vacunas podrían causar esterilidad, apuntó Stonum. “Su mayor justificación para no querer vacunarse era que no se sabía el impacto a largo plazo en la fertilidad”, añadió.
Gilreath desconfiaba de las nuevas vacunas, sobre todo cómo podrían afectar al corazón, dijo Demello. “Investigó mucho, a veces más que yo”, contó. Pero también escuchaba “muchas cosas sobre la conspiración”, y tenía ese sentido joven de inmortalidad, al decirle a su madre: “Si me enfermo, será por un par de días, y lo superaré. Estoy sano’”.
Rupali Limaye, subdirectora del International Vaccine Access Center en la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, entiende la dinámica. “Hemos creado una especie de tormenta perfecta en la que los individuos piensan: ‘No le creo al médico; no le creo al gobierno; voy a escuchar a mis amigos’. Y eso ha permitido que florezcan las teorías conspirativas y otras informaciones erróneas”, afirmó.
Muchos adolescentes y veinteañeros tampoco creen que covid pueda hacerles daño porque piensan “‘soy joven, estoy sano y no veo por qué tengo que preocuparme por esto’”, añadió Limaye.
Pero los jóvenes que siguen sin vacunarse corren peligro. Los datos de diciembre muestran que los niños, de 12 a 17 años, no vacunados tenían seis veces más probabilidades de ser hospitalizados con covid que sus compañeros vacunados.
“La mayoría de los niños se enferman levemente, pero hay un porcentaje de niños que se enferman de gravedad”, aseguró la doctora Colleen Kraft, pediatra del Hospital Infantil de Los Angeles. “De dos a seis semanas después, los niños pueden desarrollar esta condición inflamatoria multisistémica, que puede producir inflamación alrededor del corazón, el hígado y otros órganos, y pueden morir por eso”.
Kraft también señaló el riesgo de diabetes tras una infección de covid y de miocarditis, una inflamación del músculo cardíaco. Las investigaciones demuestran que la tasa de miocarditis, o lesión cardíaca en personas que han tenido covid es 100 veces mayor que la tasa de miocarditis que se ha relacionado con las vacunas de Pfizer y Moderna.
Kraft dijo que intenta convencer a sus jóvenes pacientes de que se vacunen apelando a su deseo de volver a la normalidad. “Los niños quieren ir a ver eventos deportivos. Quieren salir con sus amigos. Quieren ir a comer pizza. Quieren volver a tener fiestas de pijamas”, explicó. “La única manera de volver a la normalidad es tener a tanta gente protegida como podamos, y la mejor manera de hacerlo es mediante la vacunación”.
Es difícil contrarrestar todas las fuerzas que alejan a los jóvenes de las vacunas, pero no hacerlo puede ser trágico.
Kennedy presentó síntomas leves de gripe a principios de enero. Unas semanas más tarde, dos días después de su cumpleaños número 17, su madre la llevó a una urgencia porque sus ojos se estaban poniendo amarillos. Los médicos se alarmaron y la enviaron a la sala de emergencias en ambulancia.
Al principio, el estado de Kennedy mejoró rápidamente, y los médicos calificaron su respuesta al tratamiento de “milagrosa”, según su padre.
Pero luego dio un giro brusco y empeoró. Los médicos se esforzaron para controlar una crisis tras otra que ponía en peligro su vida, contó Lee Stonum. “Los médicos no daban abasto. Su cuerpo estaba siendo atacado en múltiples frentes”, dijo.
El 10 de febrero, Kennedy fue trasladada al Hospital Infantil de Los Angeles. Poco después de llegar, sus pupilas dejaron de responder y una tomografía reveló una hemorragia cerebral masiva, dijo Stonum. Murió al día siguiente.
Demello, la madre de Gilreath, estuvo a punto de convencer a su hijo de que se vacunara. Ella se había vacunado en marzo de 2021 y le pedía con frecuencia que hiciera lo mismo.
Gilreath finalmente accedió el pasado agosto cuando Demello le dijo que vacunarse sería su mejor regalo de cumpleaños. Pero quería esperar hasta llegar a Wilmington, una ciudad portuaria a 140 millas al sureste de la casa de su madre, donde pensaba asistir a la Universidad de North Carolina.
Pero nunca pudo ponerse la primera dosis. Al poco de llegar a Wilmington, se contagió de covid de uno de sus compañeros de casa. Murió poco más de un mes después, de una infección cerebral relacionada con covid.
Demello contó que estaba “extremadamente orgullosa” de que algunos de los órganos de su hijo salvaran la vida de tres hombres. Pero su corazón fue rechazado por el cuerpo de su receptor. “Me hubiera gustado saber que su corazón seguía latiendo en algún lugar del mundo”, dijo Demello. “Fue difícil de asimilar”.
Stonum desearía haber podido obligar a su hija a vacunarse, pero sintió que su influencia era limitada porque ella no vivía con él a tiempo completo.
Dijo que lo que más le gustaba de su hija era su sentido del humor. “Era muy divertida”, contó. “Me encantaba reírme con ella”.
Sabe que lo que le ocurrió a Kennedy fue extremadamente raro y lamenta profundamente que no recibiera la vacuna que probablemente le habría salvado la vida. “Cuando te sucede algo así, no importa si había una posibilidad en un millón de que pasara”, concluyó.